El retorno del amor por el Estado en Brasil

¿Es sólo retórica o el gobierno de Lula está sacando conclusiones equivocadas sobre la recuperación de la economía?

Con cada nueva cifra se vuelve más claro que la breve recesión de Brasil de 2009 fue una caída a un trampolín. La economía aún está rebotando hacia arriba: creció 2% en el cuarto trimestre del año pasado comparado con los tres meses anteriores y los pronósticos son de hasta 6% de crecimiento este año. Con una elección convocada para octubre, esto es causa de gran autocongratulación oficial. La capacidad de recuperación de la economía también ha revivido la creencia de los líderes brasileños en el rol económico del Estado.

Para celebrar el trigésimo aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder, su candidata presidencial, Dilma Rousseff, dio una larga entrevista para un libro celebratorio en la que sostuvo que «durante la crisis, luego de la quiebra de Lehman Brothers, fueron instituciones (estatales) tales como el Banco do Brasil, la Caixa Económica Federal y el Banco Nacional de Desarrollo (Bndes) los que evitaron que la economía se hundiera». Lo que es más, el gobierno llevó adelante «una política clara para fortalecer a Petrobras», el gigante de la energía controlado por el Estado, «en vez de debilitarlo». Dicho de otro modo, el capitalismo de estado de Brasil tuvo éxito donde otros fracasaron.

Esto puede considerarse retórica de campaña para ganarse a los miembros de un partido al que Rousseff se sumó en 2001. Durante gran parte de su vida, el PT creyó en el socialismo a la antigua. Fue recién cuando Luiz Inácio Lula da Silva, su líder y fundador, dejó de lado esta creencia, que logró ser elegido presidente, en el cuarto intento, en 2002.

Por más retórica que haya, es improbable que la elección altere de manera fundamental el equilibrio entre la empresa privada y el Estado en Brasil. El gobierno no cuenta con capital para construir caminos, puertos y aeropuertos, y seguirá recurriendo al sector privado para que lo haga. Cuando Rousseff no está alabando las compañías estatales brasileñas, habla a menudo acerca de la necesidad de la asociación entre el Estado y el sector privado. Y algunos creen que su compañero de fórmula podría ser Henrique Meirelles, el gobernador ortodoxo del Banco Central. Pero hay abundantes evidencias de que Lula mismo, que muchos piensan que seguirá siendo el poder detrás del trono si Rousseff ganara, ahora cree que un rol mayor del Estado en la economía sería bueno para Brasil.

EXPANSIÓN ESTATAL. Lula ha creado ocho nuevas compañías públicas. La mayoría son bastante pequeñas y están dedicadas a tareas específicas, tales como investigación energética. La reciente propuesta de revivir Telebras, el difunto monopolio estatal de las telecomunicaciones, para proveer servicios de internet de banda ancha a los pobres, parece diferente. El sector privado no provee servicios en áreas rurales pobres, porque la inversión requerida no sería rentable. Esto irrita al gobierno, que considera que el acceso a internet es una cuestión de «ciudadanía». Pero en vez de subsidiar a los clientes para alentar a las compañías de telecomunicaciones a invertir, el gobierno quiere meterse en este negocio por su cuenta.

El peso económico del Estado se está expandiendo de otras maneras. En enero, Petrobras, que ya tiene las manos llenas con una inversión masiva en busca de petróleo en aguas marinas profundas, aumentó su participación en Braskem, una gran compañía química del sector privado en 2.500 millones de reales (1.400 millones de dólares). Lula ha anunciado que Electrobras, la compañía pública de electricidad, que en un tiempo se veía casi como residual, debe expandirse para convertirla en una «Petrobras del sector eléctrico». Mientras tanto, el Bndes y los fondos de pensión de las grandes empresas públicas han aumentado sus tenencias en muchas de las mayores firmas privadas de Brasil. En el caso del Bndes, esto ha sido parte de una política oficial de crear campeones brasileños que sean lo suficientemente grandes como para competir en el extranjero.

Para algunos opositores, todo esto es retrógrado. Paulo Renato Souza, el ministro de Educación del gobierno estadual de San Pablo y estrecho aliado del principal rival de Rousseff en la carrera para la presidencia, José Serra, dice «Hemos tenido quince años de continuidad, pero en el último año las cosas han cambiado. Este es el viejo PT, el partido que vimos en las elecciones de 1984 y 1990». Amaury de Souza, un consultor político, sostiene que «el gobierno usó la crisis del año pasado como excusa para imponer una ideología particular».

Sin embargo, la visión oficial de cómo soportó Brasil la crisis financiera es al menos en parte cierta. Fue útil tener prestamistas controlados por el Estado cuando se secó el crédito proveniente del extranjero, a fines de 2008. El Banco do Brasil, el mayor banco estatal, cubrió esa brecha. Esto ayudó a confirmar las visiones que ya mantenían Rousseff y el ministro de finanzas, Guido Mantega, de que el Estado debía usar su poder para «inducir» el crecimiento en vez de seguir avanzando con las privatizaciones.

Pero esto no es todo. Los principales bancos privados brasileños también salieron bien parados. No hubo grandes quiebras bancarias ni necesidad de rescates por parte del Estado, lo que es un claro indicador de la buena salud del sistema bancario que emergió de una anterior crisis a mediados de los noventa. También fueron de ayuda los altos requerimientos de encaje, que obligaron a los bancos a guardar mucho de su capital en el Banco Central.

El apuro por reinventar compañías estatales también ignora el éxito de la privatización. Petrobras se convirtió en un campeón mundial en perforaciones offshore sólo cuando dos quintos de sus acciones fueron puestas en la bolsa y comenzó a actuar más como una compañía privada. Desde su privatización, Vale do Rio Doce, que el gobierno a menudo amonesta por no agregar valor a las materias primas que exporta, se ha transformado de un conglomerado mediano en una de las mayores mineras del mundo. Embraer, que construye aeroplanos, tiene una historia similar.

Por el otro lado, muchos de los viejos paquidermos del Estado fueron costosos fracasos. La siderúrgica Siderbras quebró dos veces, Telebras y sus subsidiarias regionales eran tan ineficientes que generaron un vigoroso mercado secundario de líneas telefónicas. En sus treinta años de existencia instalaron diez millones de líneas fijas y registraron un millón de celulares. Desde que fueron disueltas, hace quince años, Brasil instaló cuarenta millones de líneas fijas y ahora tiene 174 millones de celulares registrados.

Como sea, Rousseff ha iniciado un importante debate que debería reverberar a lo largo de los próximos seis meses. Como dice Fernando Henrique Cardoso, que precedió a Lula como presidente, de lo que se trata es si Brasil estaría mejor con un «capitalismo burocrático en el que el Estado ordena y resuelve cosas» o un «capitalismo liberal competitivo».

Ruben A. Redaelli
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Fuente: El País Digital
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